En el presente cuadro, el azul turqueza se despliega como el alma cromática de la composición, envolviendo el lienzo en una atmósfera de serenidad y profundidad. Su presencia oscila entre la frescura vibrante de los tonos más claros, que parecen flotar como brisas de luz, y la densidad introspectiva de los matices más oscuros, que sugieren hondura y quietud.
El azul turquesa, con su carácter versátil, establece un equilibrio entre lo orgánico y lo etéreo. Sus matices azulados añaden un matiz de enigma y frescura, que hacen que la pintura viva a través de ritmos pausados y contemplativos.
En medio de este dominio verde azulado, emerge una pequeña ventana que semeja ámbar, como un destello cálido y orgnánico que rompe la continuidad. Su presencia actúa como un punto de anclaje, ofreciendo un contraste tanto cromático como emocional. El encausto, junto con el pigmento verdoso, aporta una sensación de estabilidad y arraigo, añadiendo una pausa visual que equilibra el dinamismo de la composición.
El blanco, por su parte, funciona como un contrapeso estratégico. Aparece en pequeños destellos y trazos que iluminan el cuadro, abriendo espacios de respiración dentro de la densidad cromática. El blanco actúa como un destello que aporta claridad y serenidad en medio de la dinámica cromática de la obra.