En su composición, los diferentes tonos de verde emergen con fuerza y delicadeza, creando una sensación de movimiento fluido y sereno. El verde, en sus variadas tonalidades, se interrelaciona con una sutileza inquietante. El verde aqua, que se desliza con ligereza, se entrelaza con el verde más oscuro, que parece arraigar la composición, proporcionando profundidad y un contraste silencioso. En esta transición, suavemente matizada, los verdes se abrazan y se difuminan, fluyendo unos en otros con gran armonía
El gris claro, presente en los intersticios entre los verdes, cumple una función vital en esta obra. Es el sutil anfitrión que acoge y suaviza los tonos más vibrantes, creando una atmósfera de serenidad y calma. El gris no solo actúa como un puente entre los diferentes verdes, sino como una base que anida, que acoge, permitiendo que los matices de verde se desarrollen de manera delicada. Este gris parece disolverse en la obra, dando espacio a la fluidez de los colores que se despliegan sobre él.
Un leve toque de rojo, casi imperceptible, introduce una interrupción delicada en este paisaje cromático. El rojo, en su fragilidad, se percibe como un resplandor distante, una chispa que irrumpe en la serenidad del verde y el gris, aportando una vibración sutil que añade emoción al cuadro sin romper su tranquilidad. Este toque de rojo, como una pequeña flor que crece en el borde de un río, añade una vibración de energía contenida, una llamada de atención que, en su moderación, eleva el conjunto sin perturbar su paz.
El cuadro es un refugio de calma y dinamismo, un espacio donde los colores fluyen con naturalidad, en un baile cromático, sutil y pleno.