Esta pieza se presenta como un ejercicio de equilibrio entre el caos y la estructura, donde los rectángulos verde azulado emergen como anclas visuales dentro de un campo cromático vibrante y en constante mutación. Estas figuras geométricas, definidas pero abiertas en su disposición, establecen un diálogo con la ambigüedad de una forma central informe, cuya presencia parece resistirse a ser contenida por límites precisos.
La figura principal, una amalgama de tonos oscuros como el negro y el gris, se mezcla con matices más suaves y orgánicos, como el rojo carnoso que evoca una textura orgánica, viva. Esta combinación de colores y texturas crea un efecto táctil e íntimo, como si la obra misma fuera un organismo palpitante en transformación. La técnica de encausto, con su acabado y su riqueza matérica, añade profundidad y complejidad, permitiendo que las capas de pigmento respiren a través de la superficie.
El fondo, dominado por tonos de verde claro y amarillo, se despoja de pureza cromática para volverse un espacio de transición, donde los colores se mezclan y diluyen, sugiriendo un paisaje emocional más que físico. El azul verdoso resalta como un hilo conductor, mientras que los trazos negros atraviesan el lienzo como marcas de energía, añadiendo dinamismo y tensión
En contraste, el coral, introduce un elemento humano, casi carnal, que rompe la abstracción y sugiere vulnerabilidad. Este tono cálido y orgánico parece emerger de las capas más profundas, como un recuerdo o un rastro de corporeidad atrapado en el entramado pictórico, todo esto sustentado en el uso de encausto, que posibilita que la textura, el color, provoquen una experiencia sensorial, lleno de paisajes ambiguos y emocionales.