Este cuadro se presenta como un ejercicio visual de contrastes y tensión estética, donde las formas geométricas se entrelazan en una danza de opuestos, creando un espacio visual cargado de energía y contraste. La obra se construye sobre una base de figuras geométricas de negro intenso, que, con su presencia rotunda, proyectan un contraste drástico con los tonos más suaves que las rodean. Este uso del negro no solo establece una estructura firme y decidida en la composición, sino que también agrega un dramatismo que impregna la obra de una energía densa, casi tangible. Los acentos oscuros irradian una contundencia que no deja espacio para la indiferencia, un punto de gravedad visual que atrae la mirada del espectador hacia las áreas de máxima concentración y fuerza.
Las figuras verdes acuosas que emergen de la composición parecen fluir de una manera orgánica, casi líquida, como si el color se deslizara y se fundiera en la superficie del lienzo. El tono de verde, con su textura casi translúcida, aporta una frescura que se contrasta con la rigidez de los trazos negros, evocando la ligereza y la fluididez en oposición a la solidez y la permanencia del negro.
El fondo claro que se extiende a lo largo de la obra, adornado con tonalidades amarillas, parece envolver a las figuras con una luminosidad suave, como una atmósfera envolvente que rodea las formas dentro de un espacio diáfano. El uso del encausto, dota a los tonos amarillos de una textura rica y cálida, imbuyendo la superficie con una sensación de profundidad luminosa que no es inmediata, sino que se despliega lentamente, como si la luz proviniera de dentro de la obra misma. Estos tonos parecen irradiar una energía suave pero constante, casi como si el cuadro estuviera respirando, creando una atmósfera etérea en medio de la firmeza de los trazos negros.
La obra no es solo una observación visual, sino también una experiencia sensorial, donde el color, la textura y la forma se convierten en elementos inseparables que enriquecen el sentido de la composición.