Este cuadro ofrece una composición en la que la estructura geométrica se convierte en el medio para evocar la figura de un caballo, aunque de forma desdibujada, sugerida y apenas reconocible. La obra se despliega a través de tonos de verdes secos, cafés y colores claros, creando una atmósfera cálida y terrosa, pero también contenida en su delicadeza. La paleta cromática y sutil, se presenta como una unidad que invita a la contemplación tranquila y profunda, sin los contrastes que suelen definir las representaciones más explícitas.
Las líneas rectas y curvas suaves crean una sensación de dinamismo contenido, casi como si la figura del caballo estuviera suspendida en el aire, en un estado de quietud anticipatoria. Las formas rectangulares y curvadas parecen dialogar entre sí, construyendo una presencia sólida pero etérea, como si el animal estuviera aprisionado en el lienzo.
Los tonos verdes secos, con sus matices apagados, aportan una calidad terrestre y orgánica, evocando la naturaleza y el entorno del caballo, pero también imbuyendo a la obra de una sensación de calma y compostura. Estos verdes se combinan con los cafés y colores claros, que refuerzan una atmósfera de equilibrio natural, sin estridencias ni exceso de saturación.
Este cuadro no busca una representación explícita, sino una interpretación emocional y sensorial del caballo, una evocación que se enmarca dentro del mundo de la abstracción. La obra invita a explorar un espacio visual, donde el espectador puede experimentar una carga emocional contenida dentro de la serenidad de los colores y las formas.